Sobre el artista

Trazar una línea es, para mí, un acto de improvisación, en el que el trazo espontáneo, el vacío y el espacio negativo se unen en una expresión caligráfica instintiva y armónica. De ahí, surgen decenas de dibujos, aunque casi todos acaban desechados. Los que sobreviven son esos que rozan un ideal, una suerte de circuito cerrado, donde la mirada del espectador queda inmersa en un vaivén hipnótico entre un punto y el siguiente, a veces, o donde la simple legibilidad de la línea revela la complejidad escondida en una pose.

Tras un largo periodo de bloqueo creativo, volví al dibujo y al grabado por una necesidad, casi visceral, de reclamar mi propia identidad como artista. Luego de atravesar una enfermedad grave, volver al país y convertirme en madre, el deseo de volver a dibujar, de tallar, de reconectar con el movimiento de la muñeca, el progreso y la autostima, se hizo cada vez más fuerte.

Hace varios años que trabajo de forma constante con la modelo Soga-Shibari, una artista performática del shibari, quien domina el arte de atar y atarse. Volver al dibujo de figura humana, con su marco claro de tiempo y espacio, fue catártico desde el primer momento. Ese entorno queer y de género fluido me permitió soltar el estilo de vida heteronormativo que había construido. Lo que empezó como una clásica relación entre artista y modelo, pronto se transformó en un vínculo colaborativo, atravesado por el deseo, la destreza, el dolor, la cosificación y la inmediatez.

La dinámica empieza con un objeto y una pose que elijo, equilibrados siempre con las limitaciones físicas y el consentimiento absoluto de la modelo. A partir de ahí, empieza la búsqueda urgente de una perspectiva, mientras la atadura o la autosuspención avanzan hacia el límite de lo tolerable. Ese momento, sostenido en la complejidad de los nudos, es fugaz: lo que se captura es apenas un fragmento, antes de que la forma se disuelva.

Cuando ven la luz, estas obras traen consigo narrativas del femenino moderno y del histórico: liberado, pero restringido a la vez; sexualizado, pero castrado por las circunstancias. Mis trabajos buscan encarnar la paradoja contemporánea de género y sexualidad: sujetos sin rostro, ocultos pero visibles, en control de su propia sumisión, en lo intrincado de cada uno de sus nudos.

Mi práctica nace desde una mirada femenina que lucha —y a veces cede— ante la omnipresencia de la mirada masculina. Una inversión sáfica donde la sexualización fluye y se redefine. Donde la atadura enfatiza lo físico y el objeto entrelazado se convierte en una extensión del cuerpo, todo enraizado en el dibujo y en la búsqueda —casi obstinada— de una línea impoluta.